Lección diez

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USANDO BIEN LA PALABRA DE VERDAD

Mientras que Timoteo está fresco en nuestras mentes, es bueno considerar la advertencia divina en cuanto a nuestro uso de las Escrituras:

Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad (II Timoteo 2:15).

La palabra "procurar" viene de spoudazo que significa apresurarse a hacer algo, estar ansioso y ser diligente. Las palabras "que usa bien" vienen de ordotomeo que literalmente significa "delimitar, dividir o trazar correctamente".

Timoteo debía darse prisa y ser diligente en el uso de las Escrituras para ser aprobado por Dios. No debía salirse por la tangente sino trazar correctamente hacia adelante para hacer la voluntad de Dios.

Aquellos a quienes debía reprender Timoteo usaban las Escrituras, pero las usaban mal. Tenemos que ser muy cuidadosos para evitar el error de ellos y "usar bien" la palabra de Dios. Considere lo siguiente: Las Escrituras son inspiradas. Técnicamente, la palabra "escrituras" sencillamente se refiere a algo escrito. Sin embargo, en el contexto cristiano, al referirnos a ellas las aceptamos como escritos inspirados por Dios. Cuando Dios se comunica con el hombre, no importa si su voz proviene del monte Sinaí como trueno, o si habla a través de Moisés como mediador, o si escribe en tabla de piedra o si lo hace en papel; lo importante es que el mensaje es inspirado. Los hijos de Dios deben ser escrupulosamente diligentes en diferenciar los mensajes que sí son inspirados y los que no lo son. Desde tiempos muy antiguos hemos poseído así una colección de documentos inspirados o sagrados.

Por el momento no estamos exponiendo la forma en que se aceptaron o se reconocieron las Escrituras como canónicas, sino sencillamente reafirmamos que:

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (II Timoteo 3:16-17).

Aunque estas palabras se aplican específicamente al canon de las Escrituras del Antiguo Testamento que Timoteo conocía desde pequeño, también se aplican a las Escrituras novotestamentarias.

Por ser documentos inspirados las Escrituras, estamos obligados a leerlos, estudiarlos y obedecerlos como si Dios estuviese comunicándose con nosotros personal, audible y visiblemente. Aun así, debemos distinguir entre Dios mismo y el medio que usa para comunicarse con nosotros.

¡No debemos adorar la Biblia! Pedro fue un apóstol inspirado. Se le confirieron responsabilidades y privilegios muy especiales a él y a los demás apóstoles (Mateo 16 y 18; Juan 14 y 16, etc.). Pero Pedro no debía ser adorado. Cuando Cornelio intentó adorarlo, Pedro se lo prohibió diciéndole: Levántate, pues yo mismo también soy hombre (Hechos 10:26). De modo parecido, debemos recordar que la Biblia no es Dios. Sólo es el vehículo que Dios usa para comunicarse con el hombre, pero no es Dios mismo. Debemos adorar a Dios, no a la Biblia.

Estas observaciones sobre las Escrituras están escritas de muy mala gana. Muchos pueden malinterpretarlas. Algunos son como niñitos, llevados por doquiera de todo viento de doctrina (Efesios 4:14). Su falta de escudriñamiento los hace vulnerables a muchos puntos de vista erróneos y posiciones extremas. Leerán esto y concluirán que la Biblia no es una guía fiel. ¡Que Dios no permita que sea así! La Biblia sí es una guia fiel. Es lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino (Salmos 119:105). Debe estudiarse con diligencia y sus verdades deben incorporarse a nuestras vidas para que lleguen a integrarse a nuestros pensamientos, palabras y acciones.

La tesis que proponemos es que está completamente mal usar la Espada del Espíritu para mutilar y dividir el Cuerpo de Cristo. O si prefiere usted el término luz, es malo esconder la lámpara del evangelio dentro del "barril" de los credos y dogmas del sectarismo. ¿Por qué escriben credos los hombres? Para proteger la verdad. Cada credo tiene como propósito preservar la pureza de la fe. Pero cada vez que nos proponemos proteger la luz producimos más oscuridad.

Nuestro uso de las Escrituras debe estar en completa armonía con el eterno plan de Dios.

Para respaldar mi tesis, consideremos los siguientes hechos acerca del uso de las Escrituras por los primeros cristianos.

La Septuaginta.

Los primeros cristianos usaron originalmente la versión de la Septuaginta y no la hebrea. Con respecto a la Septuaginta, la International Standard Bible Encyclopedia declara que

Fue la Biblia que usaron la mayoría de los escritores del Nuevo Testamento. No sólo tomaron sus citas de ésta, sino que también se apropiaron su forma de expresión. Su vocabulario fue muy bien conocido por ellos. Les dio los fundamentos de una nueva terminología religiosa. Fue una potente arma para la obra misionera y cuando llegaron a necesitarse versiones de las Escrituras en otras lenguas fue la Septuaginta la que se empleó y no la hebrea (p.2722).

A la vez es un hecho innegable que la Septuaginta fue menos fiel que la Biblia hebrea en cuanto a tecnicismos.

Citando todavía de la International Standard Bible Encyclopedia en cuanto a la Septuaginta:

...el texto griego ha tenido una larga y compleja historia. Usado durante siglos tanto por judíos como por cristianos, se corrompió y fue interpolado, y a pesar de la gran cantidad de materiales aportados para su restauración, el texto original todavía debe recobrarse...el pentateuco griego se ha mantenido relativamente puro. Pero debemos estar muy atentos buscando interpolaciones, a veces ampliándonos a párrafos completos. Cada versículo puede ser leído de distintas formas. Una indicación de la abundante `mezcla' que ha tenido lugar se proporciona por `dobletes' o traducciones alternas de una palabra o frase hebrea que así aparecen en el texto traducido. La corrupción del texto empezó desde hace mucho, antes de la era cristiana...

El uso de la Septuaginta por los primeros cristianos es de suma importancia. Aunque no se poseía la minuta fiel del texto hebreo, fue completamente adecuada para que la usaran los inspirados apóstoles y los primeros discípulos que trabajaron bajo las instrucciones de ellos.

La formación del canon.

La iglesia primitiva existió, evangelizó y prosperó por casi tres cuartas partes del primer siglo sin tener compilada la Biblia. La revelación de la verdad a los apóstoles del Señor llegó poco a poco. Las primeras palabras del Nuevo Testamento pudieron haberse escrito como una década después de haberse dado la gran comisión, pero las últimas palabras no se escribieron sino hasta finales del primer siglo. Este hecho simple pudo haberle impedido a toda la iglesia primitiva cualquier uso legalista de las Escrituras novotestamentarias.

La aceptación del canon.

Aunque el canon cristiano se completó hacia finales del primer siglo, parece que no se aceptó universalmente como tal en ese entonces. Muchas obras espúrias y apócrifas han sobrevivido hasta la actualidad, y los primeros cristianos pasaron tiempo tratando de establecer un canon. De hecho, la primera lista existente de libros canónicos que concuerda con la nuestra sólo se remonta al cuarto siglo. Se han encontrado diez distintos catálogos que fueron escritos en el cuarto siglo. Seis concuerdan con los nuestros, tres omiten a Apocalipsis y uno excluyó tanto a Hebreos como a Apocalipsis. Basándonos en esta información debemos concluir que la aplicación que los primeros cristianos hicieron de Apocalipsis 22:18-19 debió haber sido hecho con mucha consideración o tolerancia.

Tan asombroso como parezca, la iglesia tuvo éxito en esos difíciles siglos antes de que se aceptase universalmente un canon rígido. Quizá fueron los años más productivos que la iglesia haya conocido y lo lograron los ganadores de almas que llevaban el Nuevo Testamento en su corazón y no en sus bolsillos o en sus portafolios.

Los capítulos y los versículos.

Debe recordarse que los libros de la Biblia no se escribieron en capítulos y versículos. La división en capítulos no se hizo sino hasta el siglo XIII. Aunque la atribuyen al cardenal Hugo de San Caro (1250) y otros la atribuyen a Esteban Langton, arzobispo de Canterbury (1227). La división de capítulos en versículos aparece por vez primera en 1551 en la edición griega del Nuevo Testamento por Roberto Estienne.

No importando el punto de vista personal de usted en probar algo mediante el uso de libro, capítulo y versículo, es sensato darnos cuenta que el cristianismo existió 1500 años sin hacerse así.

El koiné.

El lenguaje de las Escrituras del Nuevo Testamento es el vocabulario de la gente común. No es el ático literario o algún lenguaje científico y sagrado que se emplease sólo para recibir revelaciones de Jehová; sino que es el habla común de todos, usado en todas partes en los tiempos de Cristo. Esta verdad, dijo A.T. Robertson, ha "revolucionado el estudio del Nuevo Testamento en griego". El lenguaje usado por los inspirados apóstoles para comunicar el mensaje de Dios al hombre fue el koiné. Era el idioma vernáculo usado en las transacciones diarias. Las cartas de amor, las hazañas, los contratos matrimoniales y todas las notas casuales estaban escritas en el mismo lenguaje en que se escribió la Biblia.

En esta oportunidad también sería bueno que tengamos presente que no poseemos ninguna copia autografiada de ninguno de los libros de nuestra Biblia. Debemos adorar a Dios y no al vehículo o medio que él usa para comunicarse con el hombre.

La investigación ayuda.

La Biblia nunca ha estado disponible en grandes cantidades al pueblo de Dios. Aun en esta época de las luces existen como 1500 lenguas y dialectos a los que todavía no se ha traducido la Biblia. Hay miles de personas que no poseen una sola Biblia.

La gente de habla inglesa tiene muchas versiones de la Biblia de dónde escoger, pero sólo el 9% de la población mundial habla inglés. También hay muchos comentarios y concordancias en inglés que están a disposición de esta gente para analizar minuciosamente las Escrituras y construir su teología. Este privilegio jamás ha estado a disposición de todo el pueblo de Dios, y sólo ha estado asequible por dos siglos para los de habla inglesa. Esto no es para negar la autoridad e inspiración de las sagradas Escrituras. Tampoco estamos subestimando el incansable esfuerzo de los cristianos que a través de los siglos memorizaron grandes porciones de las Escrituras y diligentemente las enseñaron a sus hijos. Sólo tratamos de ubicar en una perspectiva correcta nuestra preocupación de los textos de prueba legalista.

Todo el contenido de las cartas pastorales, al igual que los versículos que están inmediatamente antes y después de II Timoteo 2:15, trata de evitar la controversia y la argumentación que no conduce a nada. Qué tragedia que tengamos que usar la Espada del Espíritu para destruir el cuerpo de Jesús en vez de defenderlo.

Recuérdales esto, exhortándoles delante del Señor a que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha, sino que es para perdición de los oyentes. Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad. Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad. Y su palabra carcomerá como gangrena... (II Timoteo 2:14-17).

¿No nos gobernamos por las Escrituras?

¡La respuesta a esta pregunta es un rotundo no! Técnicamente, no nos gobernamos por las Escrituras, sino más bien por nuestro entendimiento de ellas. Aunque esto le parezca a algunos como "un sobreesfuerzo para aguantar a los jejenes o preocuparse por insignificancias teológicas" o "considerar que las diferencias son tan pequeñas que se dejan pasar inadvertidas". La Escritura está relacionada con la naturaleza del critianismo y debemos considerarla como una gran ayuda.

Todo documento debe ser interpretado. Aquello que es "claro" para uno, no siempre lo es para los demás.

Por ejemplo, tomemos el mandamiento: "No matarás". Con simplemente afirmar que tal mandamiento significa lo que dice y dice lo que significa es dar por sentado lo que queda por probar. ¿Viola este mandamiento la persona que aplasta un zancudo o arranca una flor? En ambos casos se dio muerte a algo que estaba vivo. Correctamente respondemos que no; el mandamiento "significa" que no debemos matar a nuestro semejante.

A estas alturas todavía no hemos interpretado el mandamiento anterior. El paso siguiente es enfrentar el asunto de la pena capital. De inmediato responderá alguien: "Dios ordenó la pena capital; y el mandamiento `no matarás' en realidad `significa', no asesinarás".

Asumiendo que usted está de acuerdo con la pena capital, todavía distamos mucho por resolver todos nuestros problemas en cuanto a la interpretación de estas dos palabras tan simples. Luego, debemos emitir nuestro juicio sobre qué es lo que realmente constituye un "asesinato" o una "ofensa capital". Decimos que, un hombre no es culpable de asesinato cuando por accidente se le zafa el hacha con la que está trabajando y mata a alguien (Deuteronomio 19:5). Pero ya se va haciendo más complejo el asunto del asesinato, porque si se define el asesinato con intenciones del corazón, entonces los tribunales nunca podrán determinarlo con exactitud. Porque, ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?... (I Corintios 2:11). Un asesinato premeditado puede parecer accidente y una muerte accidental puede parecer asesinato premeditado.

Pero hasta los asuntos de pena capital son pequeñísimos cuando los comparamos con guerras entre naciones. ¿Significa "no matarás" que no se debe portar arma en un combate? Si su respuesta depende de las circunstancias imperantes, nuevamente está usted a la deriva en una costa accidentada, porque las circunstancias cambian invariablemente. Así el mandato de "no matarás", después de todo no es tan simple como parece. Nuestra comprensión de tales palabras dependerá de nuestros antecedentes, nuestra madurez y nuestros puntos de vista personales. También es muy probable que en alguna etapa de nuestra madurez ni estemos de acuerdo con nosotros mismos.

Todo documento debe interpretarse. En los tiempos de la teocracia, Moisés fue el mediador de Dios que pronunció juicio sobre quienes violaron la ley. Por ejemplo, Levítico 24 nos dice de un hombre que blasfemó el nombre de Dios, y Números 15:32-36 nos habla de un hombre que juntó leña en día de reposo. En ambos casos se mantuvo encarcelado al culpable hasta que Dios le reveló a Moisés qué se debía hacer. Para ambos culpables el veredicto fue muerte por apedreamiento; pero es de suma importancia notar que los diez mandamientos tuvieron que ser interpretados, y mientras un hombre inspirado por Dios como Moisés estuvo a la mano para hacerlo, la nación permaneció unida. Es interesante y a la vez importante recordar que aquellos que se opusieron a Moisés fueron destruidos (vea Números 16).

Jesús es profeta como Moisés. Su venida se predijo en Deuteronomio 18:15-18 y el cumplimiento en Jesús de esta predicción enfáticamente se declara en Hechos 3:22-26. El es el único mediador entre Dios y los hombres y los que no estén de acuerdo con Jesús serán destruidos. Pero Jesús es mediador de un mejor pacto que el de Moisés. El nuevo pacto es tan distinto del viejo como Isaac lo fue de Ismael. Es sumamente importante tener en cuenta que el nuevo pacto no tiene que ser interpretado como se hizo con el antiguo, ya que no se escribió con tinta ni se grabó en piedra. Sólo se escribe en las tablas del corazón (II Corintios 3:3). Dios ha puesto su ley en nuestras mentes y en nuestros corazones (Hebreos 8:10).

En esta coyuntura debo declarar enfáticamente que el nuevo pacto o Nuevo Testamento no es los 27 libros que tan frecuentemente designamos como tal. Tampoco el antiguo pacto es los 39 libros que nosotros llamamos Antiguo Testamento.

El antiguo pacto sólo consistió de diez mandatos. Estos se escribieron en tablas de piedra en el monte Sinaí en Arabia cuando Dios guió a su pueblo al sacarlos de Egipto. Las tablas se colocaron en un receptáculo apropiadamente llamado "el arca del pacto" y el antiguo pacto fue violado mucho antes de que se escribiesen muchos de los libros de la Escritura hebrea. Estos mandamientos no tenían el propósito de salvar al hombre, más bien fueron un ayo para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe (Gálatas 3:24).

Al nuevo pacto también se le llama la "ley real" (Santiago 2:8), la "ley de la libertad" (Santiago 1:25; 2:12) y la "ley de Cristo" (Gálatas 6:2). No está escrito en palabras humanas para que alguna corte espiritual suprema fácilmente emita lo que significa. Está escrito en los corazones de los que han nacido de nuevo. La ley de Cristo es para "sobrellevar los unos las cargas de los otros" (Gálatas 6:2). La ley real es para amar al prójimo como a uno mismo (Santiago 2:8). La ley de la libertad es para mostrar misericordia (Santiago 2:12-13).

Si las Escrituras no son el pacto, entonces, ¿qué son? Son instrucciones para la gente del pacto. Son inspiradas por Dios; deben ser leídas, creídas y obedecidas, pero ¿podrán imponerse sobre alguien más allá de como esa persona las entienda? Algunas cosas son clarísimas, pero ¿y qué de las cosas que no son muy claras? El hecho de que dos cristianos no están en el mismo nivel de madurez y entendimiento quiere decir que sus comprensiones o dominio de las Escrituras nunca serán idénticos.

Todo documento debe interpretarse. Cuando la suprema corte pronuncia su fallo sobre el significado real de la constitución, es raro que sea una decisión unánime y, con frecuencia, se opone diametralmente al pensamiento del pueblo. El pacto cristiano se sobrepone a esta dificultad a través del imperativo divino del amor.

Alejandro Campbell habló de ello en "La parábola de la cama de fierro" publicada en The Christian Baptist en el siglo diecinueve.

Se decretó en los días de los papas novicios que un buen cristiano sólo medía 1.30 mts. y para preservar la paz y la felicidad de la iglesia se ordenó que se colocase la armazón de una cama metálica en el umbral de la iglesia para que se acostasen en ella todos los cristianos. Esa armazón tendría un engranaje en la cabecera y un cuchillo en el otro extremo. En aquellos días todo cristiano tuvo que acostarse en dicha armazón; si la persona era muy chaparra, se le restiraba con el engranaje y un mecate; si era muy alta, se le cortaban las extremidades con el cuchillo. Así se mantuvo con una misma estatura a todos los cristianos por casi mil años. A los que se les aplicó, ya fuese el cuchillo o el engraneje, o murieron en el proceso o se ajustaron a la medida requerida.

Martín Lutero, un robusto congénere, nació en aquellos días. Este llegó a ser de 1.60 mts. y temía enfrentarse a la mencionada armazón por lo que buscó la forma de escapar. A grandes rasgos, dijo que sus ancestros se habían equivocado al fijar en 1.30 la estatura del buen cristiano. Tuvo adeptos; ya que muchos que habían pasado por tal armazón y que sólo medían 1.35, de alguna forma pudieron amoldarse a lo establecido. Lutero y sus seguidores empezaron a crecer libremente y en unos cuantos años ya tenían en sus congregaciones una armazón propia de 1.60 mts., pero con los mismos accesorios que la anterior. Tanto el cuchillo como el engranaje encontraron qué hacer en la iglesia de Lutero y, nuevamente, llegó a ser fastidioso alargar o cortar a la gente a 1.60 al igual que lo había sido la sagrada medida de 1.30. Más aún, la gente creció mucho más de lo que había sido antes de Martín Lutero y algunos lo rebasaron tanto que Juan Calvino tuvo que ordenar su propia armazón de 1:80 mts., pero con los mismos aditamentos. La generación que vino después de ellos se dio cuenta que las medidas de Calvino y de Lutero estaban muy desajustadas, así que en su sabiduría y humanismo los independientes fijaron a sus cristianos perfectos en 2.00 mts. de estatura. Los bautistas decidieron construir su armazón parecida a la de sus vecinos, pero haciéndola un metro más alta que los congregacionales y le quitaron el cuchillo porque creyeron que servirían mejor dos engranes. Se concluyó que el cristiano crecía en relación directa a las medidas fijadas, y las medidas actuales realmente tienen sólo 2.00 mts. Ahora se espera que a estos dos metros se le agreguen otros dos más; pero esto sólo será continuar un mal precedente porque tan pronto se alargue esta medida, la gente crecerá más y tal medida volverá a quedar muy chica. Entonces, ¿por qué no deshacernos de este mueble papista y permitimos que los cristianos, sin importar sus estaturas, se congreguen alrededor de la misma fogata y compartan los mismos alimentos?

Es importante recordar que todos los que pertenecen a Jesús son miembros de la misma familia. La fraternidad está fundamentada en la paternidad. Pero en la familia tenemos distintos niveles de madurez y de entendimiento. Cuando habla el padre, no todos los miembros de la familia comprenden todo lo que se dice idénticamente de la misma manera. Cada miembro de la familia tiene derecho de oír al Padre y analizar el significado de sus palabras, pero no tiene el derecho de someter a todos sus hermanos a lo que él comprendió.

Eran seis de Indostán

con deseos de aprender,

que a mirar un elefante se dirigieron

(aunque todos eran ciegos de nacimiento),

para que al palparlo cada uno

satisfaciese su entendimiento.

Se acercó el primero,

y, tropezándose

al lado del enorme y robusto elefante cayó.

Gritó azorado:

"¡Líbrame Señor! Porque el elefante

es una pared enorme".

El segundo, sintiendo el colmillo,

Gritó: "Caray, ¿qué hay aquí,

tan rollizo, liso y filoso?

Sí, ahora veo plenamente claro

que esta maravilla de elefante

es como una lanza".

Se aproximó el tercero al animal

y al tocarlo con sus manos

cuando el enorme cuerpo se retorcía,

el hombre se irguió y dijo,

"Ya veo, el elefante

es como una serpiente".

El cuarto extendió su impaciente mano,

tocándole la rodilla; -diciéndose a sí mismo,

"a lo que más se parece esta maravillosa bestia,

me es muy claro:

el elefante

es como un árbol".

El quinto, que se arriesgó a tocarle la oreja,

dijo: "hasta el más ciego

puede decir a qué se parece esto.

Niéguelo quien pueda;

pero esta maravilla

es como un abanico".

El sexto, apenas había empezado

a tentar la bestia

le tomó cola que se movía

la cual le llegó a sus manos.

"Ya veo", dijo él. "El elefante

es como un mecate".

Y así estos indostanos

discutieron largo y tendido,

cada uno con su opinión;

excediéndose de orgullo y de fuerza;

aunque cada uno parcialmente correcto,

todos erraron.

Igualmente, en las guerras teológicas,

me imagino que los contendientes

avanzan en completa ignorancia

de lo que los demás dicen

y expresan tocante a un elefante

que ninguno de ellos vio.


Los ciegos y el elefante

por John G. Saxe

Preguntas para reflexionar-Lección diez.

1. ¿Qué Escrituras estudió Timoteo?

2. ¿Cómo habían empleado las Escrituras los que habían causado dificultades en Efeso?

3. ¿Cómo solucionaría este problema el buen uso de la palabra de verdad?

4. ¿Cuál versión de la Biblia citaría Jesús y sus apóstoles si ellos estuviesen predicando a nuestra generación?

5. ¿Es necesario poseer concordancias y comentarios para estudiar apropiadamente la Biblia? ¿Es malo usarlos?

6. ¿Existe alguna interpretación infalible de las Escrituras? Si la hay, ¿quién la proporciona?

7. ¿Cómo definimos el compañerismo cristiano?