Lección trece

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LOS MOTIVOS Y LA METAMORFOSIS

Jesús, no sólo enfatizó la importancia de "hacer" lo correcto. También enfatizó la importancia de los motivos correctos.

Es posible que la gente dé limosnas, ore y ayune por motivos errados. Si hacemos algo para ser vistos de los hombres, seguramente ya tenemos nuestra recompensa. De igual forma, podemos repartir todos nuestros bienes para dar de comer a los pobres y hasta entregar nuestros cuerpos para ser quemados, pero si lo hacemos igualmente con motivos equivocados, de nada nos sirve.

De modo que surge una pregunta lógica: ¿cómo poder estar seguros que estamos siendo motivados por el amor verdadero? O tal vez deberíamos preguntarnos, "¿qué es el amor?" No se necesita ser técnico para definir esta palabra ya que Cristo la explicó muy claramente en su muerte. Las Escrituras enseñan: En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros... (I Juan 3:16). Por favor observe que el mismo pasaje enseña que también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Al reflexionar en la muerte de Jesús, concluimos que él no quería morir...pero no habiendo otra alternativa tuvo que morir. En esto consiste el amor.

Cuando Jesús llegó a su última expresión de amor, empezó a entristecerse y a angustiarse en gran manera (Mateo 26:37). Procuró la amistad de los hombres y dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte (Mateo 26:38). Esa noche hacía frío y los soldados se calentaban alrededor del fuego (Lucas 22:55; Mateo 26:58; Marcos 14:54; Juan 18:18), pero en su agonía en Getsemaní Jesús sudaba; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra (Lucas 22:44). Es de suma importancia notar que en esta hora de máxima necesidad se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle (Lucas 22:43).

Jesús no quería morir. Por eso oró: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa... (Marcos 14:36). Pero por favor observe que, aunque quisiese o no quisiese, de todas maneras él murió porque todas sus peticiones estuvieron rodeadas de una atmósfera de sumisión al Padre.

Dijo: ...mas no lo que yo quiero, sino lo que tú (Marcos 14:36). Esto es lo que Dios nos ilustra en cuanto a la naturaleza del amor. Amor es someter nuestra voluntad a la del Padre, aunque no queramos hacerlo. Amor es decir: pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lucas 22:42).

De manera que, el amor es algo más intelectual que emocional. De hecho, una emoción de ningún modo puede exigirse. Si alguien le ordena que sea feliz, ¿cómo lo cumpliría? Pero el amor no es una emoción. El obedecer tampoco es asunto de emoción. Es una respuesta o reacción intelectual de hacer la voluntad de Dios. Es negarnos a hacer nuestra propia voluntad y aceptar los designios de Dios para nuestra vida.

Usted no puede forzarse a que alguien le "caiga bien", especialmente sus enemigos, sino que es Dios quien nos manda "AMAR" a nuestros enemigos y no ser "como" ellos. Cuando usted se entrega a hacer la voluntad de Dios, usted puede pasar por un Getsemaní y salir haciendo bienes a los que lo aborrecen y orando por los que lo ultrajan y lo persiguen. Así es como llegamos a ser hijos de nuestro Padre que está en los cielos. No tienen que caernos bien nuestros enemigos, pero sí debemos amarlos de la misma forma que Jesús los amó. Somos miembros del cuerpo de Cristo y, lo que Jesús comenzó a hacer en el cuerpo, el cuerpo continúa haciéndolo en él.

Es paradójico que lo que parecía preocuparle más al Cristo fue lo que más gozo le causó.

Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios (Hebreos 12:2).

De igual forma, cuando nos sometemos a la voluntad de Dios, el Espíritu Santo mora en nuestros corazones y produce amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.

El sometimiento que parece tan doloroso es el secreto del gozo final: De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto (Juan 12:24). Siempre y cuando nos aferremos a nuestra propia voluntad egoísta careceremos de poder en nuestras vidas. Sólo cuando nos crucificamos con Cristo podemos experimentar la realidad de haber "nacido de nuevo".

Desafortunadamente no queremos morir. Cuando muramos físicamente, lo haremos luchando por otro respiro más. De modo similar, nos entregaremos a Dios poniendo gran resistencia. El "Getsemaní" no es una experiencia fácil y placentera o agradable.

Pablo escribió: Porque el amor de Cristo nos constriñe... (II Corintios 5:14). La palabra en griego es suneco que significa "asir, constreñir, comprimir, urgir, impeler". Es bastante interesante que esta misma palabra es la que se usó para describir la forma en que esos malvados hombres "custodiaban" a Jesús, torturándolo con burlas y golpes la noche anterior a su crucifixión (Lucas 22:63). Al mirar atrás nos damos cuenta que el poder humano no tiene la capacidad de constreñir al omnipotente Dios. Nadie tomó la vida de Jesús; sino que él la puso voluntariamente. Y el poder que lo "constriñó" a hacerlo así fue el amor.

En principio nos sentimos tentados a menospreciar el poder del amor, pues parece inadecuado. Tratamos de ensanchar y alargar el amor con una gran variedad de presiones externas. Los muros y las cercas de alambre de púas les dan a algunos cierta sensación de seguridad. Sin embargo, aun un leve repaso de la historia revela que todo reino que ha dependido de fuerzas externas ya ha quedado en el olvido. El reino de Jesús fue fundado sobre el amor y permanecerá eternamente. Incluso las puertas del Hades no prevalecerán contra él (Mateo 16:18).

La metamorfosis.

El proceso mediante el cual un horrible gusano se transforma en una bella mariposa se conoce como "metamorfosis". Esta, realmente es una palabra griega que significa cambiar de forma. Esta palabra aparece cuatro veces en las Escrituras del Nuevo Testamento. Dos veces se refiere a Jesús en el monte de la transfiguración (Mateo 17:2; Marcos 9:2) y las otras dos se refiere a los cristianos que se transforman a la imagen de Cristo (Romanos 12:2; II Corintios 3:18). Los pasajes en cuanto a la "metamorfosis" de los cristianos son tanto interesantes como prácticos. El primero es:

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:1-2).

La "conformación o adaptación" se lleva a cabo mediante presión externa, pero la "transformación" ocurre internamente. En realidad, J.B. Phillips traduce este pasaje así: "No permita que el mundo a su alrededor lo ajuste a su propio molde, sino deje que Dios moldee de nuevo su mente en su interior...".

Las mariposas no se producen mediante alguna legislación o adaptación, sino por transformación. Intentar comprimir un gusano para darle forma de mariposa haría cosas horribles, sin tomar en cuenta la fatalidad que le causaría.

De la misma forma, no se hacen cristianos mediante presión legalista externa. Mandatos tales como "no manejes, ni gustes, ni aun toques" (Colosenses 2:21) no transforman al creyente. Estas cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría, pero no tienen poder alguno contra los apetitos de la carne. La única forma en que alguien puede experimentar la metamorfosis cristiana es mediante la transformación interna. Esto ocurre renovando nuestra mente. ¡Qué fantástico! La palabra para arrepentimiento, según Dios, es metanoeo que literalmente significa "cambiar la mente". Los sacrificios vivos son "constreñidos" no por presión externa sino mediante las cadenas del amor.

Todo esto toma tiempo. El problema es que la "metamorfosis" lleva tiempo. La conversión es instantánea pero la transformación toma su tiempo.

Juan, el hijo del trueno, instantáneamente decidió seguir a Jesús. El proceso que lo transformó a apóstol del amor no fue tan rápido. La transformación es un proceso de toda la vida que se inicia en el momento de la conversión y termina con nuestra muerte, cuando nos libramos de este cuerpo de humillación (Filipenses 3:21).

La mayoría de nosotros nos desesperamos. Bromeando, le decimos a nuestro mecánico: "Claro que lo quiero para hoy o desde ayer; si lo quisiere para mañana, lo habría de traer mañana". Pero de ningún modo es tan divertido, ya que probablemente sí lo sintamos aunque no lo admitamos. Quizá ninguna gente sea más agresiva e impaciente que los norteamericanos.

La propia forma de hablar de ellos los traiciona. En México, para indicar que algo funciona se dice que está andando. Tomemos como ejemplos a un reloj o a un coche. Esto, literalmente, significa "está caminando". En inglés se dice que el coche o el reloj "corre". Si un mexicano sale a caminar dirá: "voy a caminar" que literalmente significa "precisamente eso". En inglés, se "toma" el paseo. Los mexicanos vivimos en el mundo del "mañana" pero los estadunidenses viven en la generación del "ahora". Los norteamericanos tienen un sinnúmero de productos "instantáneos" para acelerarles el curso de sus vidas.

Cristo es "el Pan de vida". Desafortunadamente no podemos asimilarlo y transformarnos a su imagen en un instante. No existe un "dispositivo" u "olla de presión" espiritual para acelerar el proceso de la metamorfosis. No nos transformamos en un parpadeo, sino que es un proceso de toda la vida al proseguir a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Filipenses 3:14).

Esto nos lleva al segundo pasaje que trata de la "metamorfosis" cristiana que es II Corintios 3:18.

Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.

La palabra que se tradujo como "transformados" es la misma palabra que "metamorfosis". Es una palabra que describe una acción progresiva. Mientras miramos a Jesús, estamos en el proceso de ser transformados a su imagen.

En su cuento "The Great Stone Face" (La enorme cara de piedra), Nathanael Hawthorne nos ofrece un discernimiento crítico en cuanto a este proceso. He aquí una condensación de tal narración.

Muy alto en las blancas colinas de New Hampshire fue formada, por la naturaleza, una enorme cara de piedra en el lado perpendicular de la montaña. Parecía como si un gigante, o un Titán, hubiese esculpido su propia imagen en el precipicio. Había un enorme arco que formaba su frente de cien metros de alto; la nariz con su largo puente; y sus enormes labios que, si hubiesen podido hablar, habrían hecho resonar sus acentos de un lado a otro del exótico valle. Es verdad que si el expectador se aproximaba demasiado, perdía el perfil del gigante rostro y sólo veía un montón de gigantescas y pesadas rocas apiladas una sobre la otra en una caótica ruina. Sin embargo, retrocediendo unos pasos, nuevamente se veían los maravillosos rasgos; y, entre más se alejase, éste se parecía más a un semblante, con toda su intacta divinidad original; así se veía hasta que, ya casi para desaparecer en la distancia, con las nubes y los vapores gloriosos de las montañas adhiriéndose a él, La enorme cara de piedra parecía estar viva.

A la sombra de la montaña vivía un muchachito llamado Ernesto. Desde cuando empezaba a andar había escuchado a su mamá contar la extraña profecía transmitida de una generación a otra entre los habitantes del valle. Creían que alguien muy bondadoso y benévolo aparecería algún día con los mismísimos rasgos del rostro formado por la naturaleza. El pequeño Ernesto aplaudía de gusto al pensar que él vería al hombre de la gran cara de piedra.

Pasaron los días y los años. Ernesto no se olvidaba del mensaje de esperanza de aquellas narraciones proféticas. A la puesta del sol, diariamente meditaba y oraba mientras observaba la gran cara de piedra.

Se notificó que un habitante del valle había emigrado en busca de fortuna y que ahora era ya el hombre más rico del mundo. Se decía que embarcaciones, caravanas y un sinnúmero de siervos le traían riquezas de todas partes del mundo conocido en ese entonces. También se decía que tal hombre regresaría al valle de su origen. Se preparaba una suntuosa mansión para recibirlo. Los que lo conocían de chico afirmaban que era igualito al bondadoso y benévolo rostro que sonreía en la montaña. El valle se estremecía de entusiasmo por las expectativas de que ya casi veían realizados sus sueños. Cuando por fin apareció ese hombre, se desvanecieron las esperanzas del valle. Ciertamente había parecido, pero era muy superficial. Ernesto había estado contemplando la enorme cara de piedra todos los días de su vida e inmediatamente reconoció que tal rostro no correspondía al de este hombre rico. Muy pronto, también la gente se dio cuenta que el objeto de sus esperanzas proféticas aún no había llegado.

Cuando murió el hombre rico, otro rumor se difundió en los hogares de toda la comarca. Esta vez la esperanza del valle era un ilustre líder de un gran ejército. También él había nacido en el valle, había salido en busca de fortuna y ahora regresaba el condecorado veterano de muchas batallas en el extranjero. Sus compañeros de escuela y sus amigos testificaban que él tenía un fiel parecido a la enorme cara de piedra. Miles se congregaron a lo largo del camino cuando oyeron que se aproximaba. Se colocaron mesas en lugares estratégicos para darle la bienvenida con discursos y brindis al honorable visitante. Nuevamente se encontraba Ernesto allí de puntillas...pero una vez más se decepcionó. De nuevo la gente había confundido algunos rasgos parecidos a la cara en la montaña. La enorme cara de piedra no era ni el rico ni el guerrero.

Pasaron los años velozmente. Otros más vinieron y se fueron, alentando momentáneamente las esperanzas de los aldeanos. Surgieron políticos, poetas y otros más, pero las profecías no se cumplían.

Ernesto envejecía. Su cabello ya estaba encanecido. Su vida humilde y servicial se reverenciaba en todo el valle. Se le reconocía como ejemplo de sabiduría y humildad. La gente se acercaba a él a la puesta del sol cuando él oraba. Le hacían preguntas y compartían su hermosa vida. El tiempo, secador de manos, causó ciertas frustraciones en Ernesto. Debía surgir el hombre de la enorme cara de piedra o la muerte no le permitiría consumar la pasión de su vida.

Se llegó la hora de la puesta del sol. Ernesto se internó en el bosque tal como lo hacía de costumbre. La gente lo siguió hasta un pequeño escondrijo entre las colinas, con un precipicio gris atrás. La austera frente se realzaba entre el agradable follaje de muchas plantas parásitas que cubrían la desnuda piedra. En una pequeña elevación del terreno rodeado de verdor, se encontraba un nicho con suficiente espacio para un ser humano que pudiese gesticular como muy espontáneamente lo hacía en genuina emoción Ernesto.

Ernesto ascendió a su púlpito natural y empezó a hablar. El semblante de este honorable hombre empezó a irradiar amor. Toda su vida había servido a otros y siempre había meditado en la enorme cara de piedra. La gloria de su blanco cabello cubrió su rostro. A distancia, pero todavía perceptible, por encima del dorado resplandor del crepúsculo se veía la enorme cara de piedra rodeada de una blanquecina neblina como el cabello de la ceja de Ernesto. Sus enormes obras de caridad parecían cubrir el mundo.

En ese preciso momento, en armonía con un pensamiento que estaba a punto de decir, la cara de Ernesto asumió una magnificencia de expresión tan llena de benevolencia que una persona, irresistiblemente, levantó los brazos y dijo: `¡Mirad! Ernesto es la misma enorme cara de piedra'.

Lea nuevamente II Corintios 3:18. Significa que nosotros los cristianos tenemos una nueva relación con Dios. No nos acercamos a él con nuestras caras cubiertas con un velo, como en el tiempo de Moisés, sino que a cara descubierta como en un espejo miramos la gloria del Señor, y mientras lo contemplamos somos transformados a su imagen, de un nivel de gloria a otro, y todo esto es posible gracias al poder de su Espíritu Santo.

Preguntas para reflexionar-Lección trece.

1. Ya que el corazón es engañoso más que todas las cosas, y perverso, ¿podemos estar a salvo de nuestros motivos? (Jeremías 17:9)

2. ¿Cuál es la diferencia entre el amor ordenado en las Escrituras y la forma en que generalmente usamos la palabra "amor"?

3. ¿Cuál emoción es más fuerte, el temor o el amor?

4. ¿Qué hace que el cristiano se "transforme" a la imagen de Jesús?

5. ¿Cuánto tiempo tarda el proceso de la transformación?

6. ¿En qué forma los mandatos no manejes, ni gustes, ni aun toques sólo tienen reputación o apariencia de sabiduria pero no tienen validez alguna contra los apetitos de la carne (Colosenses 2:20-23)?

7. ¿Puede medir el cristiano algún progreso en el proceso de la transformación? (¿Qué indicaciones tenemos de que alguien ya no está en Cristo?)