RECHAZANDO LA PIEDRA ANGULAR

Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo (Hechos 4:12).

La piedra más importante en una construcción es la piedra angular. En tiempos antiguos, ésta se ponía primero para que sirviese de referencia para las dimensiones del edificio y a través de la cual se unían las paredes.

Jesús es la principal piedra del ángulo (Efesios 2:20). El es el origen y el punto céntrico de toda la creación y por él subsiste todo (Colosenses 1:17). Rechazar a Jesús es el peor absurdo. Aun así, los judíos del primer siglo cometieron precisamente este error.

¡Jesús es Dios!

Hay un viejo chiste de un psiquíatra que trataba de ayudar a un hombre que decía ser Napoleón Bonaparte. "¿Cómo sabe usted que es Napoleón?, preguntó el doctor. "¡Dios me lo dijo!", fue la rápida respuesta. Inmediatamente el paciente de la cama vecina saltó y gritó: "¡NO LO HICE!"

La historia es chistosa por lo absurda que es. Cuando alguien afirma ser Dios, su locura es un resultado inevitable.

Este fue el problema que Jesús enfrentó. Muchos de sus contemporáneos pensaron que él estaba loco. La diferencia es que Jesús manifestó su deidad con "pruebas indubitables (Hechos 1:3)". Los muchos milagros, señales y prodigios probaron lo que afirmaba, y por si esto no fuese suficiente, las Escrituras enseñan que fue declarado Hijo de Dios con poder, por la resurrección de entre los muertos (Romanos 1:4). En este libro no queremos debatir eso, sino simplemente recordar enfáticamente que Jesús es Dios.

Porque Dios es Espíritu, no lo habíamos comprendido de manera fiel hasta que encarnó (Juan 1:14; II Corintios 5:16; I Timoteo 3:16). Cualquier concepción que teníamos de Dios antes de su encarnación era inadecuada e incompleta. En cambio, Jesús es la representación perfecta de Dios. En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Colosenses 2:9).

Los judíos estaban tratando de entender a Dios por medio de una revelación parcial. Habían armado con muchos pasajes de la Escritura algo que respaldase sus divergencias. Estaban desesperadamente divididos. Todas estas divisiones habrían desaparecido con Jesús. No entendemos a Jesús mediante las oscuras sombras de la tipología antiguotestamentaria, sino que es por medio de él que entendemos la referida tipología.

No es la piedra angular la que está alineada a las paredes, sino que son las paredes las que están alineadas a ella.

En un lugar lleno de gente podrían surgir muchas opiniones en cuanto a qué podía ser lo que arrojaba una cierta sombra en la pared. El desacuerdo se desvanece cuando alguien enciende la luz. Jesús es la luz y no hay tinieblas en él (I Juan 1:5; Juan 8:12; 12:46).

La sombra es obscura y difícil de comprender. Por esta razón, aquellos que tratan de entender a Dios mediante el Antiguo Testamento, siempre permanecerán como los judíos, desesperadamente divididos.

Por ejemplo, supongamos que soy un super legalista y que quiero describir a Dios como soy yo. Empezando con el Antiguo Testamento, escojo pasajes que apoyen este punto de vista. Nadab y Abiú fueron muertos por Dios al ofrecer fuego extraño (Levítico 10:1-2). Los hombres de Bet-semes murieron porque habían visto dentro del arca de Jehová (I Samuel 6:19). Uza murió porque tocó el arca de Dios (II Samuel 6:6-7), etc. Con esta perspectiva o lógica se presta para construir una nueva teología. Una vez convencido de que usted tiene razón, es fácil ver en Jesús sólo las cualidades que apoyan sus ideas preconcebidas. Un ojo ictérico todo lo ve amarillo.

Por otro lado, supongamos que soy demasiado indulgente y que quiero describir a Dios como un "abuelito demasiado complaciente" en vez de un juez despiadado. También esto se puede hacer fácilmente con seleccionar ciertos pasajes. Eleazar e Itamar cometieron un error, pero no les pasó nada (Levítico 10:12-20). Ezequías y los judíos comieron la pascua "no conforme a lo que está escrito" (II Crónicas 30:18) y Dios que es bueno los perdonó. David comió del pan de la proposición que sólo los sacerdotes podían comer, y Dios no se disgustó, etc. Una vez que la mente está programada para pensar sólo de este modo, nuevamente se distorsiona la imagen de Jesús y no discernimos su verdadera naturaleza.

No es el edificio el que alínea la piedra angular, sino que es el edificio el que se alínea a ella. No entendemos a Jesús por el Antiguo Testamento, sino que entendemos éste mediante Jesús. Los profetas poseyeron algo del Espíritu de Dios, pero sólo en Jesús se dio el Espíritu sin medida (Juan 3:34). Millones de personas tienen rasgos divinos, pero sólo en Jesús se encarnó la plenitud de Dios (Colosenses 1:15-19; 2:9; I Timoteo 3:16)...él es la representación completa y perfecta de Dios a la humanidad.

En la actualidad, al observar la maraña de confusión creada por el divisionismo denominacional y la rivalidad de sus adeptos, necesitamos una guía irrefutable de la cual podamos partir para medir y computar. ¡Esa guía es Jesús! Si confiamos en que es una referencia fiel con la cual juzguemos todo, el mundo adopta otra perspectiva. Dejamos de percibir todo desde el punto de vista puramente humano (II Corintios 5:16). Desaparecen tanto la duda como la confusión y vemos con incredulidad un hermoso diseño nunca antes visto.

¡Jesús es Dios!

Unidad o división.

Los apóstoles de Jesús tuvieron desacuerdos muy serios y profundos. Por ejemplo, Mateo el cobrador de impuestos y Simón el Zelote, políticamente hablando, pertenecían a pensamientos totalmente opuestos. Uno era un judío que se había pasado a colaborar con los romanos, el otro, un revolucionario de hueso colorado que odiaba a todo aquel que colaborase con los romanos, especialmente a los publicanos.

Se destaca que Jesús eligió a sus apóstoles después de haber pasado toda la noche orando. La unidad que él formaría con ellos tipificaría a aquella unidad dispuesta para todos.

Los tres años del ministerio de Jesús se caracterizaron por los constantes desacuerdos entre los doce apóstoles. En una ocasión cuando discutían quién de ellos sería el mayor (Marcos 9:33-34; Lucas 9:46-48; 22:24-27), Jesús tomó a un niño y lo sentó enmedio de ellos. Les enseñó que si no cambiaban de mentalidad y se hacían como ese niño, ni siquiera entrarían al reino de los cielos y menos aún llegarían a ser alguien importante. En camino a Jerusalén, Santiago, Juan y la madre de ellos se aproximaron a Jesús para pedirle les concediese sentarse en su reino el uno a su derecha y el otro a su izquierda. Los diez se enojaron (Mateo 20:20-28; Marcos 10:35-45). Todavía en la última cena discutían sobre sus posiciones y prestigio. Fue entonces cuando Cristo, se levantó y ciñéndose una toalla, les lavó los pies. Luego les preguntó: "¿Sabéis lo que os he hecho?" (Juan 13:12). Es muy probable que no lo hayan entendido.

El Gólgota se encontraba a sólo unas cuantas horas y precisamente los hombres que serían el fundamento de su reino no sabían de qué se trataba todo esto. Lo que Dios estaba a punto de hacer no lo había visto ningún ojo, ni oído ningún oído, ni había subido en corazón de hombre (I Corintios 2:9). Incluso el ingenio de su estrategia hasta se había oscurecido por las indagadoras mentes de los profetas y por los ángeles que anhelaban mirar en ella (I Pedro 1:10-12). Dijo: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros".

Durante tres años y medio habían tenido pleitos entre ellos. ¿Cómo podría ser posible que se amasen al grado que el mundo pudiese saberlo? Esto sería logrado sólo mediante el Espíritu Santo morando en ellos. Jesús no los iba a dejar huérfanos, sin guía o ayuda. Regresaría a sus corazones por medio del Espíritu Santo.

El fruto es la manifestación externa de lo que hay dentro. Así, la naturaleza del manzano hace que éste produzca manzanas. El ojo inexperto puede confundirse con las hojas o la textura de la madera, pero cualquiera puede reconocer un árbol por su fruto. Así nos enseñó Jesús a distinguir los líderes religiosos. No se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos. Los buenos maestros no dan frutos malos (Mateo 7:15-20).

Los apóstoles recibirían una nueva fuente de poder, después de encontrarse plagados de problemas. Si sólo hubiesen permanecido en Jesús, habrían participado de su naturaleza. Mediante el Espíritu Santo iban a tomar poder de Jesús como la rama toma fuerza del tronco. La naturaleza del Espíritu Santo es el amor... en consecuencia, el "fruto del Espíritu es amor... (Gálatas 5:22)". Jesús dijo: "Por sus frutos los conoceréis..." Así que, cuando manifestamos amor estamos demostrando la realidad de nuestra relación con Jesús.

En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (Juan 13:35).

Los sensuales.

Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu (Judas 19).

En una sociedad orientada hacia el sexo es fácil pensar en la sensualidad únicamente en términos de inmoralidad sexual. La impureza sexual no es sino sólo la manifestación de nuestra naturaleza "sensual" o "natural". Otro aspecto sobresaliente de la sensualidad es la carencia de amor fraternal. Judas nos recuerda que aquellos que causan divisiones son sensuales y no tienen al Espíritu Santo.

La carta a los Gálatas nos enseña a "caminar en el Espíritu" y evitar así los "deseos de la carne". Nuevamente el contexto de este pasaje envuelve el divisionismo:

Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros (Gálatas 5:13-16).

El morderse y devorarse unos a otros es el resultado de satisfacer los deseos de la carne.

Los siguientes versículos de Gálatas nos recuerdan que la lucha entre el Espíritu y la carne es muy grande. Se emplean términos militares para describir a la carne atrincherada en un lado y al Espíritu atrincherado en el otro. Luego se enlistan las obras de la carne. No sólo incluyen un catálogo de perversiones sexuales, sino también una variada clasificación de actitudes perversas que resultan en división entre los cristianos. Las dos constituyen parte integral del mismo paquete. La fornicación y la lascivia son hermanas de la ira y las disensiones.

El Espíritu Santo produce una clase de gente enteramente diferente, caracterizada por el amor y una variedad de conductas deseables que conducen a la unidad. Las cualidades personificadas en Cristo son el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y la templanza. Los que caminen en el Espíritu de Cristo no desearán la vanagloria. No se irritarán o se envidiarán unos a otros, sino que llevarán las cargas los unos de los otros cumpliendo así con los mandamientos de Cristo (vea Gálatas 5:13 - 6:2).

Una vez que esta dicotomía básica es aceptada, podemos verla en todas las sagradas escrituras. Los que son espirituales producirán amor y unidad; los sensuales predicarán confusión y división. Dios no es autor de confusión, sino de orden y de paz.

La única división que Jesús causó fue entre la gente que creía en él y la que no quiso creer. El Espíritu Santo no crea división entre los propios creyentes en Jesús. Aquellos que provocan divisiones entre cristianos son sensuales y no tienen al Espíritu Santo, aunque digan que sí lo tienen.

Rechazando a Jesús.

Toda la estrategia de Dios está enmarcada en Jesús. El plan de Dios es reunir en él todas las cosas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra (Efesios 1:10). Todos los que están unidos a Cristo también están unidos entre sí y, como los rayos o las cuerdas de una llanta, entre más cerca estemos de él, más unidos estaremos unos a otros. Cuando alcancemos "la medida de la estatura de la plenitud de Cristo" no sólo estaremos en perfecta comunión con Dios, sino que también lo estaremos con todos los que alcancen esa madurez.

¿Por qué podría rechazarse a Cristo como el fundamento de la unidad? Pienso que hay muchas razones. Por más razonables o lógicas que parezcan, todas se condensan en el mismo error irracional de rechazar la principal piedra del ángulo. Nuestra unidad no se da en puntos doctrinales tocante a la iglesia sino en Jesús. El es la cabeza de su cuerpo y todos los que son miembros de ese cuerpo están unidos en él. La fraternidad está basada en la paternidad. Los hombres que tienen el mismo padre son hermanos sin importar sus vehementes desacuerdos en cuanto a la familia. No somos hermanos en Cristo porque nos caigamos bien o porque estemos de acuerdo unos con otros, sino por tener un Padre en común. No se necesita de un gran intelectual para descubrir que el mundo cristiano es un revoltijo. La razón de ello es que nuestro orgullo nos impide acercarnos a Jesús en genuino arrepentimiento y humildes como niños.

Existe un viejo chiste de un tramoyista de estudio de televisión. Estaba orgulloso de siempre improvisar y salir de apuros en toda situación. La máxima prueba de su creatividad llegó cuando se filmaría una película del Oeste. Estaba derramando salsa de tomate en la espalda de un tiroteado para simular una muerte sangrienta. Accidentalmente la cámara los enfocó y captó ese instante. Un amigo le preguntó, ¿qué hiciste? El respondió, "qué otra cosa podía hacer, tuve que tragármelo".

Algunas veces, el legalista arrogante prefiere tragarse el "camello" que aceptar su error. La mente prefiere racionalizar cualquier cosa para evitar el arrepentimiento genuino. Algunos se han pasado toda su vida "remendando el reino" por haberse equivocado en cuanto a la principal piedra del ángulo. Cuando algún Esteban les recuerda su error, es más fácil matarlo que corregir el problema (Hechos 7). Así que, como el perro que no quiere soltar el hueso, nos aferramos a nuestro orgullo y dejamos que el mundo se condene en la confusión de una iglesia dividida. Procuramos mantener una buena apariencia y si solamente nos escuchara el mundo religioso, inmediatamente se restauraría la armonía. Esta no es la solución, sino el problema. Ni usted ni yo somos la principal piedra del ángulo. ¡Solamente lo es Jesucristo!



Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu (Efesios 2:19-22).

Preguntas para reflexionar-Lección dos.

1. ¿Qué quieren dar a entender las Escrituras al referirse a Jesús como la "palabra" de Dios? (Juan 1:1, 14, 18)

2. ¿Por qué se encarnó Dios para habitar entre nosotros?

3. Explique cómo unió Jesús a sus discípulos.

4. ¿Habrá alguien que no encuentre la unidad en Cristo?

5. ¿Existe alguna relación entre los pecados de "la fornicación y la lascivia" y "el odio y las disensiones"?

6. Pablo y Bernabé tuvieron un gran desacuerdo y se separaron (Hechos 15:39). ¿Se unieron o se dividieron en Cristo?

7. ¿Existe diferencia alguna entre desacuerdos "en" y "acerca de" Jesús?

8. ¿Cree usted que los apóstoles aprobarían o desaprobarían el divisionismo?

9. ¿Cree usted que es correcto condicionar nuestro compañerismo con algo que Dios no haya puesto como requisito para nuestra salvación?

10. Considere el lema "ningún credo sino Cristo".

Lección tres