EL AMOR CONTRA EL TEMOR

El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos; su loor permanece para siempre (Salmos 111:10).

En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor (I Juan 4:18).

El temor de Jehová es el principio de la sabiduría (Job 28:28; Proverbios 1:7; 9:10). Nuestra jornada espiritual comienza de una motivación egoísta. Una vez convencido de la realidad del juicio, nuestro fuerte deseo de preservación nos impele a la obediencia.

El desarrollo de la madurez espiritual nos lleva de un punto de vista egoísta a una vida abnegada y compartida. El apóstol Pablo era un fariseo que se creía muy justo y bueno y se gloriaba de sus triunfos personales. Finalmente fue transformado hasta convertirse en alguien que renunció a todo alto concepto de sí mismo y llegó a desear ser anatema, separado de Cristo, por amor a sus hermanos para salvación (Romanos 9:3; 10:1).

El amor y el temor no pueden coexistir pacíficamente. Son antagónicos y antitéticos. El amor es más fuerte. Por lo que, si se le permite florecer, paulatinamente predominará en nuestras vidas. El perfecto amor echa fuera el temor (I Juan 4:18). Nuestra meta es ser como Cristo, no egoístas ni temerarios. Seguramente Dios no nos condenará por ser como Jesús para que alcancemos una nueva confianza y valentía.

En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo (I Juan 4:17).

El Espíritu Santo juega un papel importante en este proceso de transformación. La mísera mentalidad de servidumbre es superada por el Espíritu de adopción que nos anima a clamar "Abba Padre". El Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo. El mismo poder que produce el fruto del amor en nuestras vidas fue el que estuvo operando para producir los mismos resultados en la vida de Jesús.

Sólo Jesucristo ilustra con precisión el perfecto amor que echa fuera el temor.

El día de reposo desde el punto de vista judío.

Dios ordenó:

Guardaréis el día de reposo para santificarlo como Jehová tu Dios te ha mandado. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo a Jehová tu Dios; ninguna obra harás tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún animal tuyo, ni el extranjero que está dentro de tus puertas, para que descanse tu siervo y tu sierva como tú (Deuteronomio 5:12-14).

El pueblo judío debía cumplir y hacer que se cumpliese esa ley: Así que guardaréis el día de reposo, porque santo es a vosotros; el que lo profane, de cierto morirá; porque cualquiera que hiciere obra alguna en él; aquella persona será cortada de en medio de su pueblo (Exodo 31:14).

Tenemos ejemplo de alguien que violó el día de reposo, a quien se le encontró recogiendo leña. Se le puso en la cárcel hasta que Dios revelase su voluntad: Y Jehová dijo a Moisés: Irremisiblemente muera aquel hombre; apedréelo toda la congregación fuera del campamento (Números 15:35).

Cuando Dios derramó su ira sobre los hijos de Israel en el desierto fue porque ellos violaron el día de reposo. En Ezequiel 20:12-25 específicamente se menciona cuatro veces la "profanación de los días de reposo". He aquí sólo un ejemplo: ...profanaron mis días de reposo. Dije entonces que derramaría mi ira sobre ellos, para cumplir mi enojo en ellos en el desierto (Ezequiel 20:21).

Si Israel llegaba a violar el día de reposo, también padecerían opresión nacional por las naciones gentiles.

...y a vosotros os esparciré entre las naciones, y desenvainaré espada en pos de vosotros; y vuestra tierra estará asolada, y desiertas vuestras ciudades. Entonces la tierra gozará sus días de reposo, todos los días que esté asolada, mientras vosotros estéis en la tierra de vuestros enemigos; la tierra descansará entonces y gozará sus días de reposo. Todo el tiempo que esté asolada, descansará por lo que no reposó en los días de reposo cuando habitabais en ella (Levítico 26:33-35).

Cuando los judíos regresaron de la cautividad babilónica, se volvieron extremadamente cuidadosos en cuanto a la observancia del reposo.

Asimismo, que si los pueblos de la tierra trajesen a vender mercaderías y comestibles en día de reposo, nada tomaríamos de ellos en ese día ni en otro día santificado; y que el año séptimo dejaríamos descansar la tierra, y remitiríamos toda deuda (Nehemías 10:31).

El noble deseo de los judíos por "recordar el día de reposo" se dirigió, como el péndulo de un reloj, hacia un extremo. Considere esta cita del The Zondervan Pictorial Bible Dictionary:

En el período entre Esdras y la era cristiana los escribas promulgaron una gran cantidad de restricciones para vivir bajo la ley. Se dedican dos tratados del Talmud a la minuciosa observancia del reposo. Uno, dedicado al sábado, enumera las siguientes 39 principales restricciones: sembrar, arar, cosechar, agavillar, desgranar, seleccionar, limpiar, moler, cernir, amasar, hornear, esquilar las ovejas, lavar lana, apalear lana, teñir lana, hilar lana, extender lana, tejer lana, hacer mecatitos de lana, torcer mecates de lana, separar dos hilos, hacer un nudo, desatar un nudo, hacer dos puntadas, pegar dos remiendos, atrapar un venado, matarlo, desollarlo, descuartizarlo, salar su piel, remover el pelo de la piel, escribir dos letras, borrarlas, edificar, bajar algo, extinguir un fuego, encender algo, martillar y transportar. Cada una de éstas fueron discutidas y aprobadas, formando varios cientos de leyes para que, el judío consciente y devoto, no infringiese el día de reposo. Por ejemplo, la prohibición en cuanto a hacer nudos era tan general que requirió especificar qué tipo de nudos sí se podían hacer y cuáles no. Se especificó que los nudos permitidos eran aquellos que se pudiesen desatar con una mano. Una mujer podía ceñirse su ropa interior, las cintas de su gorro, las de su faja, las agujetas de sus zapatos o sandalias y de los odres que contenían el vino, el aceite o la carne. Se podía amarrar un balde en la cisterna con cinta mas no con mecate. La prohibición de escribir en día de reposo se definió en la siguiente manera: `es culpable aquel que escriba dos letras ya sea con la derecha o con la izquierda, en dos estilos, con diferente tinta o en distinto idioma. Aquel que se haya olvidado y que escriba dos letras ya sea con tinta o con pintura, gis rojo, tinta china, vitrol o cualquier tinta permanente, también será culpable. El que escriba en su piel será culpable. Queda exento cualquiera que escriba con algún líquido oscuro, jugo de frutas o en el polvo, en la arena o en cualquier superficie donde no permanezca lo escrito. Tampoco es culpable cualquiera que escriba con la mano que no acostumbra escribir, con el pie, con la boca, con el codo, si escribe sobre otro escrito o letra' (El día de reposo, XII, 3-5, p. 736).

Es por esto que los judíos vieron a Jesús como una amenaza para la seguridad nacional. El sumo sacerdote lo declaró así: "... nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca" (Juan 11:50). Así que, desde aquel día acordaron matarle (Juan 11:53).

Jesús y el día de reposo.

Jesús no coexistió pacíficamente con el legalismo judío. Comenzó su ministerio echando fuera animales del templo judío y volcando las mesas de los cambistas (Juan 2:13-17). Después, llegó al estanque de Betesda donde yacía una multitud de enfermos. En esa ocasión sólo sanó a un hombre a quien le dijo: "levántate, toma tu lecho y anda". Y era día de reposo aquel día (Juan 5:1-18). Si el motivo de Jesús hubiese sido meramente la compasión humana, los hubiese sanado a todos, pero sólo sanó a uno. Si su preocupación hubiese estado centrada solamente en las necesidades del que sanó, entonces, no le hubiese pedido al sanado que cargase su cama en día de reposo, poniendo en peligro su vida. Jesús sostuvo una clara confrontación con la interpretación que los líderes judíos hacían de las Escrituras y desafió abiertamente sus tradiciones. Juan registra que por esto los judíos aún más procuraban matarle (Juan 5:18).

En Galilea, Jesús nuevamente desafió las tradiciones judías en cuanto al entendimiento del día de reposo. Sus apóstoles arrancaron y comieron espigas y él sanó a un hombre que tenía seca la mano (Mateo 12:1-13). Mateo dice que "salidos los fariseos, tuvieron consejo contra Jesús para destruirle" (Mateo 12:14).

En otra sinagoga, Jesús sanó en día de reposo, a una mujer que durante dieciocho años había caminado encorvada. Sin duda que, unas cuantas horas más hasta la puesta del sol, habrían hecho muy poco cambio en esta enfermedad crónica y Jesús hubiese evitado tal controversia. Sin embargo, retó al principal de la sinagoga y lo tildó de hipócrita. El legalismo es siempre inconsistente. Estos mismos hombres que querían que la mujer esperase, habrían mostrado más comprensión y compasión a su buey o a su asno (Lucas 13:10-17).

E igualmente sanó Jesús a un hidrópico en la casa de un gobernante fariseo (Lucas 14:1-5). Jesús no rehuyó a la confrontación, sino que la enfrentó. La luz prevalece sobre las tinieblas y el perfecto amor echa fuera el temor. No sólo sanó al hidrópico sino que habló de tal forma que "no le podían replicar a estas cosas" (Lucas 14:6).

Los temas recurrentes o repetitivos son evidentes en la forma en que Jesús abordó el día de reposo. En primer lugar, enfocó la atención sobre su propia identidad. Jesús era Dios manifestado en carne y como tal tenía autoridad incluso sobre el día de reposo. El incidente en el estanque de Betesda en Juan 5:1-18 presentó la oportunidad para que Jesús defendiese su deidad (Juan 5:14-18) y luego observar que los judíos no acudiesen a él para tener vida (Juan 5:19-29). Siendo el autor de la Biblia y el promulgador del día de reposo podía interpretarlo como él quisiese (Juan 5:39-47).

En segundo lugar, Jesús hizo un llamado a la misericordia. Sí era importante el diezmo, pero lo era más la misericordia. Era "lo más importante" de la ley (Mateo 23:23). Jesús entendió correctamente la ley y los profetas y les recomendó a sus enemigos que nuevamente estudiasen pasajes tales como Oseas 6:6, "... Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos". Si tan sólo hubiesen entendido esto no habrían condenado a los inocentes (Mateo 12:7). En cada época el hombre ha errado al imponer reglamentos y ritos pero ha descuidado las actitudes que éstos deben producir. Los fariseos, en día de reposo, soltaban su buey o su asno para que bebiesen, sacaban animales que hubiesen caído en algún pozo; pero en su equivocación y perversión no mostraban compasión a la gente. En realidad, "el día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo" (Marcos 2:27).

El legalismo judío y el legalismo cristiano.

Ya hemos afirmado el principio de que el Espíritu Santo no divide a los cristianos. "Los que causan divisiones...no tienen al Espíritu" (Judas 19). Tanto Jesús como los apóstoles animaron a los creyentes a una vida de santidad. Esto dividió familias y comunidades. En ocasiones la división fue dramática. Por ejemplo, en Corinto, los cristianos se congregaban en una casa que "estaba junto a la sinagoga" (Hechos 18:7). Sin embargo, recuérdese que la división fue entre los que creyeron en Jesús y los que no creyeron en él.

Hubo mucha controversia de opinión y de acción entre los que creían en Jesús. Los cristianos judíos continuaron adheridos a sus festividades y a sus alimentos "limpios". Sus conciencias no permitían otra cosa. Eso se concluye de pasajes tales como Romanos 14:1-23; Hechos 21:17-26; etc.

La unidad entre los cristianos judíos y gentiles se hizo mediante una estrategia de suma importancia. Ya que todos descendían de Noé, los unía el "Pacto de Noé". Es decir, apartarse de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre (Hechos 15:20).

Sin embargo, los judíos no sólo se encontraban atados a estas restricciones generales, sino más específicamente al pacto de Abraham, Isaac y Jacob. Por eso continuaron circuncidando a sus hijos y obedeciendo la ley de Moisés; pero no pudieron imponer esto sobre los gentiles convertidos (nuevamente vea Hechos 21:20-25).

Pablo le resistió cara a cara a Pedro por rehusarse a comer con los cristianos gentiles (Gálatas 2:11-12), pero nunca exigió que los judíos dejasen la ley de Moisés. Los cristianos judíos eran libres de circuncidar a sus hijos y de obedecer la ley si entendían que Jesús era su única esperanza de salvación. Pablo mismo circuncidó a Timoteo (Hechos 16:3). El se rapó en Cencrea (Hechos 18:18). Se purificó y adoró en el templo judío (Hechos 21:26). Sin embargo, nunca perdió de vista que la salvación es por gracia por medio de la fe, y no por obras, para que nadie se gloríe (Efesios 2:8-10).

Debemos amar a los legalistas en vez de apartarnos de ellos.

El legalismo, la personificación del egoísmo y la autojustificación.

Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios (Romanos 10:3).

La persona que se cree muy justa y buena, aunque esté en error, no teme despojarse de su popularidad. Si se le pudiese probar que está en error, tratará de redimir su reputación recta mediante la humildad. Sin importar lo que pase, siempre tiene que salvar algo de su autoestima de justo. Evita la completa confianza infantil debido a su opinión de sí mismo de hombre fuerte. Las serpientes ponzoñosas pueden ser de peligro para sus hermanos débiles, pero de alguna u otra manera, el que se justifica a sí mismo piensa que está a salvo sin depender a veces de Jesús al emplear sus propias estrategias e ingenio. El perfecto amor echa fuera este temor.

Los justos en sí mismos se sienten tan bien familiarizados con las Escrituras que invariablemente creen que los que no están de acuerdo con ellos son completamente ignorantes e ingenuos. Sin embargo, estar en lo correcto es sólo parte de la historia. Una vez justo es necesario ser vindicado de su justicia. Este es el estímulo que induce a tales personas a orar en público para ser vistos de los hombres, o regalan algo para ser aclamados por el público. Ya infectados de legalismo es de capital importancia tener la alabanza y la aprobación de los hombres. Esta es una de las razones por qué el campo del legalismo está plagado de la cizaña de la argumentación. El perfecto amor echa fuera este temor.

Los que confían en la justicia de Cristo pueden admitir estar errados en algunos puntos doctrinales, pero aquellos que confían en sí mismos se sienten muy complacidos de que están bien en todo. Discutirán sobre fábulas, genealogías interminables y una gran variedad de temas sobre cuestiones puramente externas que acarrean disputas más bien que edificación (I Timoteo 1:4; Marcos 7:1-15). No disponen de tiempo ni tienen el deseo de ver por los huérfanos o las viudas (I Timoteo 5:3-8; Marcos 7:7-13; Hechos 6:1-3) porque han sido llamados al ministerio de la vana palabrería sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman (I Timoteo 1:6-7). Disputar en cuanto a palabras parece llenar un vacío en sus vidas al proporcionarle la bendita oportunidad de justificarse ante los hombres.

Es importante notar que la conversión de Saulo de Tarso es el resultado directo de haberse despojado de su propia justicia (Filipenses 3:1-9) y ponerla en el basurero donde debía estar.

Toda nuestra justicia es como trapos de inmundicia. Todo nuestro linaje religioso es como hojas de higuera que no ha sido suficiente para cubrir nuestra corrupta naturaleza. Cuando hacemos como el fariseo y le damos gracias a Dios por nuestra pureza doctrinal e integridad religiosa, regresamos a casa sin ser justificados (Lucas 18:9-14). El secreto de la salvación no está en nuestra propia justicia sino en la de Cristo. Si nos presentamos a las bodas del Cordero con las ropas de nuestras propias obras de justicia, estamos destinados a la oscuridad de afuera donde será el lloro y el crujir de dientes.

Pablo lo dice así:

Pero cuantas cosas eran para mi ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo (Filipenses 3:7-8).

Si la salvación se alcanza abandonando nuestra propia justicia a cambio de la de Cristo, y que efectivamente así es, entonces los no religiosos pueden tener algunas ventajas sobre los que tienen sus méritos y logros personales. A los líderes religiosos de su época Jesús les dijo: ...De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios (Mateo 21:31).

Todo camino del hombre es recto en su propia opinión (Proverbios 21:2), pero es más fácil cambiar a los hombres sin convicción que a los que han forjado su fe en la búsqueda diligente y en el orgullo propio. No estamos diciendo que muchos sacerdotes no hayan sido obedientes a la fe, porque sí lo fueron. Tampoco estamos afirmando que un Saulo de Tarso no podía ser apóstol, puesto que sí lo fue. Simplemente estamos haciendo notar que un ratero en la cruz definitivamente no tiene otra alternativa sino la gracia: los demás, probablemente todavía tengan muchos trucos que intentar antes de que se den por vencidos y admitan nuestra total destitución y fracaso.

Pablo es un modelo.

Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna (I Timoteo 1:16).

Cuando nos enfrentamos a las arraigadas tradiciones y a la aberrante obstinación de los legalistas casi desesperamos hasta que pensamos nuevamente en Pablo. Fue el más legalista de su generación. Era fariseo de hueso colorado que destrozaba a sus compañeros en cuestiones teológicas. Era el más celoso oponente de los seguidores de Jesús y hasta consiguió órdenes de arresto para acosarlos hasta Damasco (Filipenses 3:4-6; Hechos 9:1-3). Pero a pesar de eso, llegó a ser cristiano. Logró despojarse de toda su propia justicia para ganar a Cristo.

Le recordó a Timoteo que aunque era el primero de los pecadores, pudo ser salvo. De hecho, Jesús lo hizo sufrir demasiado para animarnos a nosotros. Si un legalista como Pablo puede ser salvo, todos nosotros podemos serlo en Cristo. Si el amor de Cristo tiene el poder suficiente para echar fuera el temor del "fariseo de fariseos", puede hacerlo con todo aquel que se lo permita.

En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor (I Juan 4:18).

Preguntas para reflexionar-Lección tres.

1. ¿Es bueno o es malo el temor?

2. ¿Temió Jesús a Dios en algún momento? (Hebreos 5:7)

3. ¿Cambió Jesús el sábado o sólo interpretó correctamente lo que Dios siempre había querido para ese día?

4. ¿Por qué fueron tan legalistas los judíos en cuanto al sábado? ¿Puede usted entenderlos?

5. ¿Hubo peligros en la forma en que Jesús se enfrentó al día de reposo?

6. ¿Puede entender usted por qué gente tan aferrada a las Escrituras se opuso a Jesús?

7. ¿Hay distinción alguna entre amor y el perfecto amor?

8. ¿Dónde recibimos el amor que echa fuera el temor?

9. ¿Qué temor se echa fuera?

10. ¿Es posible ser demasiado misericordioso?

Lección cuatro