¿QUE PUEDE POSEER LA IGLESIA?

Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad (Hechos 4:34-35).

En cada época la iglesia ha tenido la responsabilidad y el acceso a una gran riqueza. La de Jerusalén no quedó exenta. La idea de que la gente vendiese sus casas y propiedades y diese el dinero a la iglesia nos deja estupefactos. Esto nos conduce a la pregunta, ¿en qué puede gastar la iglesia este dinero?

Arriesgándome a ser redundante permítame recordarle que éste es un libro sobre el amor. Tratamos de probar que un acercamiento legalista al cristianismo es totalmente insuficiente hasta para intentar contestar las preguntas más elementales relacionadas con el funcionamiento de la asamblea cristiana. Tampoco esta pregunta es la excepción.

La situación en Jerusalén era muy simple. Miles de peregrinos se habían congregado en esa santa ciudad para celebrar la pascua. Se habían quedado al pentecostés y se convirtieron a Cristo. La sobrepoblación de la ciudad imposibilitaba que hallasen trabajo y ya habían gastado el dinero para regresarse. El extraordinario "compañerismo" o "koinonía" que se mostraban unos a otros en la iglesia en Jerusalén se ejemplifica por su tremenda generosidad y amor. ¿Puede imaginarse qué pasaría en su comunidad si la iglesia se conociese por esta clase de amor? En verdad que el compañerismo de Jerusalén era como una ciudad sobre un monte que no se podía esconder.

La conducta de la iglesia en Jerusalén estaba gobernada por "necesidades" y no por "reglas". Ello los inducía apremiantemente a proveer alimentos, ropa, albergue, medicamentos, descanso, consejería y muchas otras necesidades que rodeaban a la comunidad cristiana. Mujeres, tales como Dorcas, pudieron haber necesitado agujas, hilo y mucho material para hacer ropa para los necesitados. Tal vez se requirió más material para lavar la ropa que se había donado a los pobres.

El ministrar las necesidades de miles de hambrientos puede significar una tarea enorme. No se nos dice exactamente en qué forma se les alimentaba, pero otra vez, no es descabellado pensar que por lo menos se necesitaba equipo para preparar, servir y entregar el alimento requerido. Los detalles técnicos en cuanto a quién "perteneciese" el equipo era irrelevante. Lo importante eran las necesidades de la gente.

Una razón por qué tenemos tantas disputas en cuanto a qué puede o no puede poseer la iglesia es porque hemos malinterpretado la naturaleza elemental del cristianismo. No es un sistema basado en leyes, sino en el amor y la libertad (Santiago 1:25; 2:8-16). Cada declaración o concepto legal necesita interpretarse. Hasta un simple y breve código de conducta como los diez mandamientos había enfrascado a los judíos en arrebatos de controversia. La ley fue un "ayo" para conducirnos a Cristo. Fue para enseñarnos, entre otras cosas, la total futilidad de tratar de solucionar nuestras necesidades cotidianas mediante el legalismo.

Desde el punto de vista legalista, la situación simple en Jerusalén de repente se torna tremendamente compleja. Los que están en contra de que la iglesia se convierta en un "restaurante" o en una "mercería" tratarán de probar que ella sólo debe recibir y distribuir "el dinero". Afirman que éste puede darse a los pobres y necesitados para que ellos sean quienes compren sus provisiones. Ello liberaría a la iglesia de sus múltiples problemas y dificultades tocante a tratar con alimentos y vestido. Pero, ¿qué es el dinero? Muchas sociedades primitivas han existido sin usarlo; más bien viven del trueque, intercambiando cerdos y gallinas por granos y vestido. ¿Qué darían ellos a la iglesia y qué haría ésta con lo recibido? Puede haberse dado el caso de que en Jerusalén no hayan tenido dinero, pero que sí dieron comida, cereales o cualquier otra cosa que aliviase el sufrimiento de la gente.

La pregunta en cuanto a qué puede o no poseer la iglesia, no es tan importante como qué es lo que hace con lo que tiene. Si la iglesia en Estados Unidos usa su privilegio de la exención de impuestos para competir ventajosamente con las organizaciones propiamente registradas, estaría totalmente en contra del principio del amor. Debemos amar a los demás como queremos ser amados nosotros. Haremos con los demás como queremos que se nos trate. De igual forma, no es de cristianos ver sufrir y morir a otros sin hacer nada sólo por temor a un tecnicismo legal.

En el campo misionero.

El legalismo es invariablemente inconsistente. Nos hace actuar con dos normas de conducta. El legalista pondrá cargas sobre otros que él ni siquiera con la punta de su dedo las tocará. Todo parece perfectamente lógico por estar envuelto en su propia invención. Recuerde, todo camino del hombre es recto en su propia opinión (Proverbios 21:2).

La persona que me bautizó en Cristo, lamentaba el hecho de que su congregación enviase dinero a Africa para que se evangelizase allí, pero en Estados Unidos nadie invitaba a los de color a sus reuniones. Nos enorgullecemos cuando nuestros misioneros construyen hospitales o escuelas, pero discutimos hasta la media noche que nuestra iglesia no tiene por qué involucrarse en esas actividades. Recientemente oí que tres iglesias estadunidenses rechazaron administrar un hospital precisamente por tal motivo. Esperamos que la iglesia alimente y vista a medio mundo pero rehusamos hacerlo aquí en casa. ¿Cuántas iglesias conoce usted en su comunidad con programas para satisfacer las necesidades físicas y sociales? Sé de unos misioneros que pusieron una librería en el extranjero. Esta llegó a ser autosuficiente y ahora reparte literatura religiosa a miles de personas. Una iglesia que ayudaba económicamente a dichos misioneros se negó a administrar una librería en su comunidad. Nuestras inconsistencias son innumerables. Algunas valientes congregaciones han empezado a romper el molde tradicional, pero están siendo enormemente criticadas.

Es muy cierto que los Estados Unidos es un campo misionero. Está lleno de violencia y crimen. Los hogares se están corrompiendo y los hijos se están decepcionando. Tal vez sea tiempo ya de emplear el mismo fervor evangelístico y esa preocupación humanitaria que esperamos cumplan los misioneros en el extranjero.

Es irónico, y casi indescriptible, que lo único que la comunidad cristiana tradicional siente seguro poseer es la mala inversión del dinero del Señor. No estamos seguros en poder administrar una cafetería, un hospital, un orfanato, un asilo de ancianos, un gimnasio o cualquier otra cosa...pero sí consideramos que debemos tener un edificio donde congregarnos. Podemos invertir quinientos millones de pesos en un lujoso "santuario" donde alabemos a Cristo Jesús y ningún colega lo desaprobaría. La mayoría lo vería con envidia y admiración...aunque pruebe ser el arma más débil en el arsenal cristiano. Tal vez usemos el local menos de cinco horas a la semana. Tal vez sea la mayor parte de nuestro presupuesto. La administración de tal edificio tal vez pruebe ser la función primordial de nuestra existencia corporativa.

Con todo respeto puedo recordarle que la historia considera a la Edad Media como la época en que las construcciones fueron más importantes que la gente. A raíz de las Cruzadas, la iglesia católica romana poseyó la tercera parte de las propiedades en Europa. El sistema feudal dejó sumidas en la vil pobreza y la extrema necesidad a grandes segmentos de la sociedad. Mientras tanto, la iglesia católica romana se preocupó más por las catedrales bien ornamentadas y los lujosos candelabros colgantes que de las necesidades de la gente. Fue en este tiempo cuando Julio II demolió la basílica de San Pedro y decidió reedificarla a tal proporción que todos los impuestos del imperio romano no serían suficientes para pagar su construcción. En este momento coyuntural de la historia, Tetzel viajó por Europa vendiendo indulgencias. Se prometía a las ignorantes y supersticiosas multitudes el perdón de sus pecados en el instante mismo que sonase su dinero en los cofres. Fue este blasfemo engaño el que motivó a Martín Lutero a escribir sus noventa y cinco tesis y pegarlas en la puerta del castillo en Wittenberg.

Una lección de Hetty Green.

Harriet Green tiene la dudosa distinción de habérsele incluído en el libro de récords mundiales Guinnes por haber sido la "miserable más grande del mundo". Tenía trescientos billones de pesos en el banco, pero no tuvo lo suficiente para llevar a su propio hijo al médico. Se tardó tanto que tuvieron que amputarle una pierna.

La fortuna familiar la narra Arthur H. Lewis en su excelente libro The Day They Shook the Plum Tree (El día que sacudieron el ciruelo). La historia empieza en Plymouth, Massachusetts en 1624, con la compra de una vaca negra. La ahorradora y prolífera familia, en pocas generaciones, había multiplicado su inversión inicial a una fortuna de dieciocho billones de pesos. Hetty Green fue quien heredó este dinero en 1865, llegando a amasar trescientos billones.

Hetty murió en 1916. En ese entonces tal vez era la mujer más rica y más detestable del mundo. Dejó billones de pesos a sus dos hijos.

Su hijo Ned, con una sola pierna, llegó a ser hombre de mundo. Gastaba anualmente alrededor de nueve billones de pesos en yates, impuestos, cinturones de castidad tachonados de diamantes, pornografía y prostitutas adolescentes, cultivo de orquídeas y en la política texana.

Su hija Sylvia, fue una irrazonable ermitaña que guardó noventa y tres billones de pesos en el banco sin ganar intereses. Dan Chicko, su jardinero, trabajó treinta años con ella. Sylvia le dirigió la palabra solamente dos veces en todo ese tiempo. Una para decirle que se le reduciría su sueldo por haber llegado tarde a su trabajo y la otra para decirle que mantuviese alejada la hija de él de las propiedades de la acaudalada mujer...a ella no le gustaban los niños.

Ya murieron todos. El ciruelo ha sido sacudido. Casi sin excepción, el dinero al que esa familia estuvo esclavizada terminó donde menos se le necesitaba y donde no haría ningún bien.

La iglesia debería aprender esta lección de Hetty Green. "Lo estrictamente esencial" en nuestras relaciones con la deidad, no depende de cuantos edificios construyamos o cuanto dinero acumulemos, sino de la cantidad de gente que ayudemos. Jesús valoró la gente y usó las cosas, pero nosotros, muy a menudo valoramos las cosas y usamos a la gente.

La iglesia de Cristo nació en un mundo que se deleitaba en la arquitectura religiosa. El templo judío lo empezó a construir Herodes en el año 19 antes de Cristo y no fue terminado sino hasta el 64 después de Cristo. Fue el templo más vistoso jamás nunca erigido a Jehová. En otras ciudades como Baalbek, Efeso y Corinto había templos a dioses paganos. Pero la iglesia primitiva jamás construyó alguno. La iglesia misma era el templo de Dios y Jesús fundó un santuario en el corazón de cada creyente (Hebreos 8:2, 8-12). El dinero que invertían iba directamente a suplir las necesidades humanas y a aligerar el sufrimiento.

Hetty Green nunca aportó ningún centavo para alguna causa humanitaria. Un periódico lo declaró y fue amenazado por encolerizados miembros de la familia. El diario no se retractó sino que hizo una invitación a quienes hubiesen sido ayudados por Hetty Green para que se identificasen. ¡Nadie lo hizo!

Al final de los siglos, quizá el compasivo Cristo escriba "¡Icabod!" (I Samuel 4:21) sobre nuestras inversiones, de las que estamos orgullosos y, decir "... porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis" (Mateo 25:42-43).

El evangelio social.

Hace una generación que los "liberales" abandonaron la doctrina de la redención y la conversión bíblica por el humanismo. No les importaba qué le pasase al hombre una vez muerto, sólo les preocupaba el "presente". Tal extremo traiciona a Cristo y niega muchas de sus enseñanzas. Ahora vemos a muchas congregaciones "conservadoras" en el otro extremo. Les predicamos a los hambrientos, entonamos himnos a los que están desnudos pasando frío, repartimos volantes y folletos a los enfermos y oramos por los forasteros. ¿De qué sirve si no les damos las cosas que el cuerpo necesita (Santiago 2:14-16)? También esto puede estar traicionando a Cristo y ser una negación de muchas de sus enseñanzas.

La iglesia es el cuerpo de Cristo y lo que Jesús inició en el cuerpo, el cuerpo continúa haciéndolo en él. Los que tienen su Espíritu siempre mostrarán compasión en cualquier necesidad y se esforzarán en hacer lo que Jesús hubiese hecho. Probablemente deberíamos depurar nuestro vocabulario de tales términos como "liberal", "conservador", etc., porque es más fácil detestar a una etiqueta que a una persona. Una vez que etiquetamos a alguien lo deshumanizamos. Quizá sea esta la razón por qué Jesús exhortó que no llamásemos "necio" o "fatuo" a alguien (Mateo 5:22).

El amor suple necesidades.

Cuando me refiero a los misioneros, con admiración y aprecio, porque administran escuelas o construyen hospitales hay el peligro de que alguien concluya equivocadamente de que la iglesia debe hacerlo en cada comunidad. Sería una locura total que la iglesia, para alcanzar popularidad, construyese un consultorio médico a espaldas del mejor hospital de la ciudad. Son las necesidades de las comunidades las que deben regular y dirigir nuestras actividades y gastos.

La necesidad número uno del hombre es, indiscutible e indudablemente, su conversión. El primer gran mandamiento es amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Antes de que alguien se convierta debe recibir, con mansedumbre, la palabra implantada que hará posible su salvación. ¿Qué puede poseer la iglesia para suplir esta necesidad? Sin duda, la lista es virtualmente interminable.

Esta lista incluiría edificios, micrófonos, imprentas, estaciones de radio y televisión, satélites, cámaras, proyectores, grabadoras, televisores, videocaseteras, y un sinnúmero de artículos más. Muchas veces es posible y recomendable que la iglesia use cosas que otros poseen. Recuerde, sin embargo, que el amor suple necesidades.

Algunas veces nuestras tradiciones obstaculizan que atendamos las necesidades. Sé de algunos que han tratado de evangelizar en plena ciudad empleando métodos del siglo XIX. Construirán una "capillita" a la sombra de un condominio y se preguntarán por qué el mundo no ha sido evangelizado. Intentar evangelizar a la megalópolis con esa mentalidad es comparable al niño que quería desviar el cauce del río Mississippi con un olote.

El segundo gran mandamiento es que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El legalista preguntará: "¿y quién es mi prójimo?" Jesús contestó esta pregunta con la parábola del buen samaritano y luego dijo: "vé, y haz tú lo mismo" (Lucas 10:29-37).

Recuerde, la marca distintiva del cristiano no es qué es lo que poseemos...sino el amor. En esto conocerán todos que somos sus discípulos, si nos amamos...

Preguntas para reflexionar-Lección ocho.

1. Discuta las necesidades de la iglesia en Jerusalén y cómo se solucionaron.

2. ¿Debe involucrarse la iglesia en todo lo que Jesús hizo?

3. ¿Está usted de acuerdo en que fijemos otro estilo de vida para los misioneros? ¿Por qué lo haríamos?

4. ¿Será posible que algún día se envíen misioneros a los Estados Unidos?

5. ¿Acepta usted que la iglesia primitiva evangelizó sin tener edificios? Si lo hicieron, ¿cómo lo lograron? ¿Podría hacerse lo mismo en la actualidad?

6. ¿Qué costo tiene el edificio donde se reúnen? ¿Cuántas horas lo usan a la semana?

7. Enliste diez necesidades que urge atenderse en su comunidad.

8. ¿Cómo podría solucionarlas su iglesia?

9. Enliste cosas que su iglesia posee que no se podían comprar hace cincuenta años.

10. Enliste cosas que su iglesia pueda que tenga y que ayudarían a solucionar necesidades en su comunidad.

Lección nueve